Límites del cuerpo, reflexiones sobre la obra de Ana Mendieta.
por Isabel de Soldati.
En las obras de Ana Mendieta (La Habana, 1948 - New York, 1985) se destaca la convivencia de la inmediatez y de lo arcaico. Marcada por el desarraigo, el racismo de Estados Unidos en los 60s y los actos de violencia misógina que presenció durante su etapa universitaria, la artista cubana abarca una variedad de temáticas políticas y espirituales, uniendo los medios de land y body art.
Cuando delinea su cuerpo en el paisaje, Mendieta simultáneamente difumina: anula dicotomías y entiende los grandes conceptos –espiritualidad, género, naturaleza, política, arte– como un todo. No piensa al mundo en procesos aislados, sino en ideas que se entrelazan y se vuelven indistinguibles entre sí. Las siluetas no elevan ni reducen, sino que reconocen que hay cierta grandeza en la simpleza de existir y desaparecer. Su naturaleza efímera y frágil las vuelve magnéticas: la universalidad de la figura humana y de los elementos naturales son Uno, forma y materia no se distinguen.
Las experiencias de Ana Mendieta en tanto mujer cubana son inseparables de su obra. Su divinización de la figura femenina anula la idea de un tiempo lineal: feminista adelantada, se sale del molde vírgen-puta por el cual se rigieron las representaciones de mujeres gran parte de la historia del arte, al mismo tiempo que retorna a un pasado primitivo. Logra capturar en video el misterio y magia que comparten las Venus paleolíticas y sus siluetas de fuego y flores.
La artista solía realizar sus performances donde percibía una fuerza heredada, como excavaciones arqueológicas de México. En una entrevista, Ana explica que el hacer esculturas en el paisaje “tiene mucho que ver con Cuba, en el sentido de que a mi me atraía la naturaleza porque como no tenía tierra, no tenía patria…”. Es quizá a partir de su experiencia temprana de desarraigo (a los once años es enviada de Cuba a Estados Unidos) que Mendieta comprende el territorio de una manera diferente a la que estamos acostumbrados, es capaz de dimensionar la espacialidad más allá de lo material, al mismo tiempo que hace uso de lo orgánico mostrando el constante proceso de decaimiento y erosión de lo tangible.
Alma. Silueta de fuego, 1975, colección MALBA.
La vida de Ana Mendieta se vuelve su arte, y en ella lo político y lo personal son inseparables — sus sentimientos son parte de la Historia. Las emociones como un relato sin principio ni fin: un video en loop proyectado en un museo, una fotografía replicada infinitamente en el Internet, y el recuerdo que les queda a todos aquellos que le dedicaron su mirada. Es cliché decir que un artista sigue existiendo en su obra, pero es especialmente cierto para el caso de Ana Mendieta. Al trazar la línea de su silueta, borra las que dividen arte y documento, naturaleza y humano.
Imágen de Yagul, 1973, colección SFMOMA.