La mitad del mundo

es un buen 

lugar para sentir: 



musa estrellada,

corazón de la tierra,

roza su piel ámbar,

rosa tostada, y reza.

revive en cada noviembre 

la saliva tierna —saliva universal—

 

brotó de diciembre

Su deseo, hijo del demonio,

documentado por escrito,

bañado de furia.

causa y efecto

de la educación a la cordura.

 

pide rescate, a los gritos, al cielo,

por un corazón quebrado.

cambia un volcán por un anillo.

huele en el idioma del verano,

cómo huele la piel recién despertada,

cómo huele el aliento con la miel.

 

vomita el humo del asfalto.

las manos le transpiran

al ritmo que los labios ensayan.

el lago, quizás falso,

a lo lejos se retuerce,

como ellos, como todos,

antes de tocar la puerta

del pasado — y la casa.

 

abraza la arruga, la elige. 

se ríe sostenida

en el reflejo del sol sobre el agua,

que la llama día a día 

y la invita con disimulo a romper 

cada parte de la mente 

por conseguir

de vez en cuando una trinchera.

 

la pulpa pegajosa cede

sin resistencia.

escupe las semillas

con violencia, desde atrás de la lengua,

mientras otros las recogen con cuidado,

como si fueran vestigios

 

rastros de cómo extraer belleza

de este caos, restos de su cuerpo…

una señal de que, tal vez,

ser dulce también

es una forma de vencer 

sin matar a dios 

y de hablar el mismo lenguaje

 

musa estrellada,

corazón de la tierra,

despierta con el calor pegado a la piel,

grita con la boca llena de fruta,

de color 

y en el viento que sacude 

al atardecer 

corriendo a enero

deja su nombre, sin eco.